17/1/2012
- De nuevo con las mochilas al hombro,
el mal humor debido a los grandes madrugones y un buen libro para hacer más
llevadero el viaje… ¡otra vez en marcha! Por fin habíamos planeado nuestra
visita a Nicaragua, que aunque breve, acabaría siendo una de las experiencias
más sorprendentes y gratificantes de la ruta. Y así partimos por todo lo alto
en clase ejecutiva (y esto SÍ son autobuses…)
A pesar
de los pequeños conflictos entre ticos (costarricenses) y nicas
(nicaragüenses), Nicaragua goza de una buena fama, promovida por la amabilidad
de la gente del lugar y los bajos precios que te permiten conocer el país sin
grandes dificultades. Un país sencillo, trasparente a los ojos del turista y
querido por sus gentes, que aunque conscientes de los problemas delictivos con
los que cuentan, defienden la puntualidad de estos hechos en zonas concretas
del país, donde afirmaban con tristeza escrita en sus ojos que “hay lugares en
los que la corrupción y las drogas te quitan todo lo que tienes”.
Tras un
viaje de 7 horas, unos controles fronterizos un poco deficientes y unas
películas que corrompían tu mente mezclando religión y machismo, conseguimos
llegar a Rivas, una pequeña ciudad al sur de Nicaragua donde pasaríamos la
noche por 250 córdobas (2,7 €).
Nada
más llegar saltamos a la calle a conocer un poco el ambiente tranquilo de
Rivas, acompañadas de “Toña” la cerveza nacional y del policía del parque
central quien parecía velar ininterrumpidamente por nuestra seguridad desde su
banquito de yeso blanco.
Haciendo caso a los consejos que la peculiar señora del hospedaje nos dio, regresamos obedientes a las 22.30 h, cansadas pero con fuerzas para afrontar el día de mañana en el que nos dirigiríamos a Ometepe, una isla volcánica situada en el gran lago de Nicaragua, el lago Cocibolca.
...(si mamá, nos dijo a las 22.30 y le hicimos
caso… quien nos hubiese visto hace unos años... )
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