Y
siguiendo los senderos (y los no tan senderos) llegamos a un lugar el cual
nunca pensé realmente que podría disfrutar… Un paisaje con el que he soñado
infinitas veces, algo de película…
La
cascada de La Fortuna hizo que mis ojos se abriesen y se disipase mi cansancio.
El
único problema vino cuando me di cuenta de que no había llevado el traje de
baño, por lo que ni corta ni perezosa deseché la ropa y lucí mi lencería
(jajaja) ¡No podía perder la oportunidad de sumergirme en aquellas corrientes!
Quizá
fue la imponente fuerza del descenso de las aguas o quizá la majestuosidad del
contraste de colores entre el azul cristalino y el verde esmeralda de la vegetación
del acantilado… o simplemente la
adrenalina liberada por mis glándulas adrenales ante la perplejidad en la que
sumí al ser espectadora de aquello, pero sin duda pude sentir por unos
instantes una sobrecogedora felicidad.
Impresionante, qué bonito Costa Rica, cuánto más nos enseñas más me gusta. Un abrazo desde el otro lado del charco!
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